miércoles, 26 de febrero de 2014

"La guerra es el acto de amor más grande que existe"


Este texto pertenece a la biografía Galimberti. De Perón a Susana, de Montoneros a la CIA. 
Marcelo Larraquy y Roberto Caballero, Buenos Aires, Norma, 2000.


Co­mo to­do ti­po que ha he­cho la gue­rra, yo ten­go un po­co de in­som­nio. Una ma­dru­ga­da, ha­ce vein­te días, pren­do la te­le y apa­re­ce en el pro­gra­ma "De Ren­zis 2000" un anor­mal, un ti­po del ERP, que se di­ce Mat­ti­ni y se lla­ma Blu­mer, una co­sa así, y se sien­ta con Per­día y en­ton­ces De Ren­zis, que pa­re­ce un di­bu­ji­to, con el cu­li­to pa­ra­do, di­ce: "Bueno, acá te­ne­mos a los dos co­man­dan­tes gue­rri­lle­ros..." y los ti­pos se po­nen a ha­blar. Yo pen­sé: "¿Có­mo? ¿Ese ti­po fue je­fe mío?". Y el otro, Va­ca, Va­ca Nar­va­ja, que apa­re­ce en la go­me­ría... No es­tá bien. O re­nun­cian a la po­lí­ti­ca y se exi­lian en Tur­quía o de­mues­tran que en es­ta so­cie­dad no­so­tros so­mos ca­pa­ces de ser exi­to­sos. Yo soy ca­paz de ge­ne­rar me­dios, de dar tra­ba­jo a otros, de te­ner ideas crea­ti­vas. ¿Por qué re­pu­diar el éxi­to? No nos de­di­ca­mos a ha­cer la re­vo­lu­ción por­que éra­mos in­com­pe­ten­tes, que si no ha­cía­mos eso íba­mos a ser ase­so­res o go­me­ros en Vi­lla Lu­gano. ¿Por qué Per­día siem­pre vi­ve de la te­ta del Pre­su­pues­to Na­cio­nal? ¿Por qué siem­pre es­tá de ase­sor de un mi­nis­tro, de un dipu­tado? ¿Por qué no la­bu­ra de abo­ga­do en se­rio? Yo me sien­to hu­mi­lla­do por esa ac­ti­tud. Me gus­ta­ría que es­tu­vie­ra al fren­te de una em­pre­sa, pi­dien­do cré­di­tos en un ban­co, ar­man­do qui­lom­bo, dis­cu­tien­do con los obre­ros un con­tra­to, me gus­ta­ría ver­lo en la fun­ción... Pa­ra ser con­se­cuen­te con la lu­cha de la épo­ca, hay que ser exi­to­so en nues­tra so­cie­dad. Fir­me­nich me pa­re­ce el más con­de­na­ble. Co­mo di­ría Goe­bels: "Él, el peor de to­dos". Fir­me­nich tie­ne cin­cuen­ta y dos años, ¿qué es lo que tie­ne que es­tu­diar en Es­pa­ña? ¿Por qué se au­to­exi­lió? ¡Que vuel­va a la Ar­gen­ti­na, her­mano! Que se ban­que el jui­cio de la gen­te, que ten­ga que dis­cu­tir, que lo pu­teen. Que le di­gan "con­ta­me es­to, ex­pli­ca­me aque­llo". Que se la ban­que. No­so­tros fui­mos re­vo­lu­cio­na­rios, per­di­mos una lu­cha y en con­se­cuen­cia tu­vi­mos ba­jas. No nos lle­va­ron a pa­ta­das en el cu­lo a ha­cer las co­sas que hi­ci­mos, y pa­ga­mos un du­ro pre­cio por es­to... pe­ro tam­bién con­tri­bui­mos a de­mo­ler el au­to­ri­ta­ris­mo en la Ar­gen­ti­na. En­ton­ces, es­ta de­mo­cra­cia que te­ne­mos es tam­bién nues­tra cons­truc­ción. Qui­zá una cons­truc­ción in­vo­lun­ta­ria, por­que a nues­tra ma­ne­ra éra­mos au­to­ri­ta­rios. Pe­ro con­tri­bui­mos a de­mo­ler el Es­ta­do vie­jo... en­ton­ces yo no pue­do en­ten­der que Fir­me­nich no se sien­ta bien en es­te pe­da­zo de de­mo­cra­cia que tam­bién exis­te pa­ra él. En ese sen­ti­do, me pa­re­ce in­fi­ni­ta­men­te su­pe­rior la ac­ti­tud de Per­día y Va­ca. Lo que me pa­re­ce in­no­ble es que no sean ca­pa­ces de ha­cer al­go más im­por­tan­te que lo que ha­cen, que nos de­jen bien pa­ra­dos co­mo ge­ne­ra­ción... El go­me­ro Va­ca Nar­va­ja pa­só de la me­tra­lle­ta al cri­que... Pe­ro yo no lo odio. Fue un gran com­ba­tien­te in­di­vi­dual, con mu­cho co­ra­je, muy so­ber­bio tam­bién. Yo no les ten­go el odio que ellos me tie­nen a mí. An­tes sí, te­nía un ve­neno que no po­día ser. Vein­te años des­pués los mi­rás dis­tin­to. Yo no du­do de la ho­nes­ti­dad de aque­lla épo­ca. Ha­bía más ig­no­ran­cia, im­pe­ri­cia y so­ber­bia ju­ve­nil que ma­la fe...



...​Ahora, no jo­da­mos, los pri­sio­ne­ros de la ES­MA di­ri­gían la gue­rra con­tra no­so­tros. Cuan­do pu­de re­cu­pe­rar en mi pro­ce­so las co­sas que ha­bían es­cri­to so­bre mí... Es­cri­tos de los ti­pos nues­tros que ha­bían si­do cap­tu­ra­dos. No lo po­día creer... y cla­ro, eran mis ex com­pa­ñe­ros... Esa gue­rra us­te­des no la pue­den en­ten­der. Pa­ra mí ya pa­só. Pe­ro en ese mo­men­to es­ta­ban ha­cién­do­nos eso. Qué que­rés, que les ten­ga sim­pa­tía...
No, yo no per­dono a los ma­ri­nos. Con el úni­co ti­po con el que ha­blé fue con Rá­di­ce. No me jun­to con “El Ti­gre” Acos­ta a to­mar cham­pag­ne. Mas­se­ra fue una ex­pre­sión del fas­cis­mo… en el sen­ti­do de tra­tar de cap­tu­rar al pe­ro­nis­mo con un ses­go po­pu­lis­ta. Era un anal­fa­be­to po­lí­ti­co. De­cía “yo ha­blo con to­do el pe­ro­nis­mo”, por­que lo te­nía de­te­ni­do. Man­da­ba a se­cues­trar a los ti­pos pa­ra ha­blar con ellos. Es una vi­sión le­tal. Él se en­car­gó de que Isa­bel es­tu­vie­ra pre­sa con él… era la acu­mu­la­ción po­lí­ti­ca so­bre la ba­se de la de­ten­ción. Una vi­sión bru­tal de la po­lí­ti­ca. Yo creo que eso es lo que lo con­de­na. Mas­se­ra di­jo que es­ta­ba más allá del bien y el mal pa­ra jus­ti­fi­car los crí­me­nes que es­ta­ban co­me­tien­do. Ase­si­na­ron a pri­sio­ne­ros ren­di­dos, no tie­nen per­dón. Pe­ro no por la tor­tu­ra. La tor­tu­ra es un pro­ble­ma me­to­do­ló­gi­co. ¿Qué hi­zo la Igle­sia Ca­tó­li­ca du­ran­te si­glos? Pa­ra con­de­nar, exi­gía la con­fe­sión, y pa­ra con­se­guir­la exis­tía la tor­tu­ra. No ha­blé tan­to en con­tra de la tor­tu­ra. Es un in­ven­to de la re­vo­lu­ción cu­ba­na, que tor­tu­ró a to­do el mun­do, por em­pe­zar a su pue­blo, que lo tie­ne opri­mi­do. No, la tor­tu­ra no es lo im­por­tan­te. Lo cri­mi­nal que hi­cie­ron los ma­ri­nos fue ase­si­nar a pri­sio­ne­ros in­de­fen­sos, no tie­nen per­dón de Dios. Y eso los va a per­se­guir has­ta el día en que se mue­ran. Fue ab­so­lu­ta­men­te in­ne­ce­sa­rio, pro­duc­to del te­rror que ellos te­nían. Un mie­do exa­cer­ba­do, no sé qué. Un mie­do es­pan­to­so, por­que la úni­ca ra­zón por la que ase­si­nás a un opo­si­tor ren­di­do es por­que te­nés mie­do. Pen­sás que si es­tá vi­vo te va a ca­gar de al­gu­na ma­ne­ra. Ese mie­do los va a per­se­guir has­ta el día en que se mue­ran. Eso, y el no ha­ber te­ni­do hue­vos de fir­mar lo que ha­cían. La tor­tu­ra es una anéc­do­ta. Cual­quie­ra es ca­paz de tor­tu­rar en una si­tua­ción ex­tre­ma. Es una ob­je­ción pe­lo­tu­da. Si ellos pe­lea­ban con el Có­di­go ba­jo el bra­zo, co­mo de­cía el ge­ne­ral Cor­bet­ta, per­dían la gue­rra. Lo que no tie­ne per­dón es ase­si­nar a pri­sio­ne­ros iner­mes. Yo no los per­do­né. Ter­mi­né la gue­rra. Us­te­des no en­tien­den la re­con­ci­lia­ción. Es­te país tie­ne que sa­lir ade­lan­te. Por los hi­jos de us­te­des. Los paí­ses ne­ce­si­tan sal­var sus con­flic­tos y pen­sar en el fu­tu­ro. No ha­ga­mos un qui­lom­bo por una gue­rra de ha­ce trein­ta años. Ya es­tá. Esa gue­rra la ga­na­mos, eso es lo que el im­bé­cil de Fir­me­nich no en­tien­de. Po­de­mos ha­blar no­so­tros, que pen­sa­mos dis­tin­to, pu­di­mos vo­tar. Pu­do vo­tar la iz­quier­da uni­da, la iz­quier­da pe­lo­tu­da, la iz­quier­da fo­rra, no im­por­ta, to­do el mun­do pue­de vo­tar. Ga­lim­ber­ti pue­de ser pre­si­den­te de me­sa. ¿Cuán­to va­le eso? ¡No tie­ne pre­cio! No lo en­tien­den. No en­tien­den el país en que nos cria­mos no­so­tros. Un país ho­rren­do. Si pen­sa­bas dis­tin­to te ma­ta­ban. Y te ma­ta­ban, her­mano. An­tes de la dic­ta­du­ra, te ma­ta­ban. No­so­tros for­má­ba­mos par­te de un mo­vi­mien­to ma­yo­ri­ta­rio pros­crip­to. Yo les di­go “po­de­mos vo­tar, es una con­quis­ta…” us­te­des me mi­ran y me di­cen “es un lo­co…”. No en­tien­den los con­te­ni­dos de­mo­crá­ti­cos del pe­ro­nis­mo, los con­te­ni­dos re­vo­lu­cio­na­rios, la trans­for­ma­ción de la so­cie­dad. Pe­rón: un ti­po que se ca­sa con una mi­na que era una pu­ta, un ge­ne­ral del Ejér­ci­to. Lo trai­cio­nó la Igle­sia y lo trai­cio­nó el Ejér­ci­to. Y no lo per­do­nó la oli­gar­quía. ¡Qué re­for­ma agra­ria! ¿Pa­ra qué que­rés re­for­ma agra­ria…? Ha­bía que ha­cer el IA­PI, sa­car la gui­ta que ga­na­ba la oli­gar­quía y rein­ver­tir­la en la in­dus­tria. Nues­tro pe­ro­nis­mo era un pe­ro­nis­mo cien­tí­fi­co, no era un po­pu­lis­mo pe­lo­tu­do. Y us­te­des ven lo que es la so­cie­dad hoy. Vos pen­sá en una so­cie­dad in­mó­vil, en la dé­ca­da del cua­ren­ta, mi­rá lo que Pe­rón hi­zo. Por las mu­je­res, por los hu­mil­des, na­die en­tien­de ese con­te­ni­do po­pu­lar. Cuan­do Gron­do­na jus­ti­fi­ca el gol­pe de 1955 por­que ha­bía un so­lo no­ti­cie­ro... es una in­fa­mia. Les soy sin­ce­ro, pe­ro esa idea de la Tri­ple A que us­te­des tie­nen... Ha­bía mu­chas ban­das ar­ma­das. No­so­tros tam­bién éra­mos una ban­da ar­ma­da. Esa es la vi­sión de los gue­rri­lle­ros co­mo Bo­nas­so, un gue­rri­lle­ro vir­tual, lo úni­co que ha de­rra­ma­do en su vi­da es tin­ta. Él no en­tró al pe­ro­nis­mo. En­tró a los Mon­to­ne­ros, que que­rían to­mar el tran­vía que era el pe­ro­nis­mo por­que las ma­sas es­tán en el pe­ro­nis­mo. Yo en­tré al pe­ro­nis­mo por­que soy pe­ro­nis­ta. No lo di­go pa­ra sal­var­me de na­da. Al con­tra­rio, agra­va mi res­pon­sa­bi­li­dad po­lí­ti­ca. Por­que di­cien­do lo que di­go... ¡¿có­mo pue­de ser que no me
ha­ya ido an­tes de una ban­da de idio­tas?! Apar­te asu­mo to­das las cul­pas del pe­ro­nis­mo. ¿Por qué Bri­to Li­ma se sien­ta con­mi­go y no con otros ti­pos de la gue­rri­lla? Yo no era un cris­tia­nu­chi pa­sa­do al pe­ro­nis­mo. ¿Qué hay en co­mún pa­ra que va­ya­mos a co­mer una vez al mes, pa­ra que Bri­to di­ga, en un ho­me­na­je a Abal Me­di­na, "per­dón mi Ge­ne­ral por no ha­ber po­di­do con­ser­var la uni­dad. Nos he­mos ma­ta­do en­tre no­so­tros"? Ese as­co que di­ce que sien­te Ver­bitsky, que di­ce que de­jó de ser pe­ro­nis­ta re­tros­pec­ti­va­men­te el 20 de ju­nio, en Ezei­za, es una vi­sión de ellos. En el pe­ro­nis­mo siem­pre hu­bo ban­das ar­ma­das. Yo no ten­go esa in­dig­na­ción que us­te­des tie­nen con los gru­pos de la de­re­cha pe­ro­nis­ta. Tu­ve la mis­ma dis­cu­sión con la ti­lin­ga... la es­po­sa de uno de los Born en mi ca­sa. Ha­bía dos mi­li­ta­res, un ma­yor del Ejér­ci­to hé­roe de Mal­vi­nas y otro mi­li­co de los ca­ra­pin­ta­das. Pa­rien­te de los Born. Pa­tri­cia Ben­cich, la her­ma­na de la es­po­sa de Jor­gi­to Born. Ella de­cía "yo no pue­do en­ten­der có­mo us­te­des pue­den es­tar jun­tos... los sub­ver­si­vos, los mi­li­ta­res...". Y el ma­yor que es­tá en ac­ti­vi­dad le di­ce: "Vos no en­ten­dés una mier­da, no­so­tros nos ma­ta­mos por­que te­nía­mos una idea de la Pa­tria. ¿Vos qué idea te­nés? ¿Qué hi­zo tu fa­mi­lia, apar­te de ga­nar gui­ta y ven­der de­par­ta­men­tos? ¿Quién sos vos pa­ra ve­nir a de­cir­nos al­go a no­so­tros... que nos ma­ta­mos pa­ra me­jo­rar es­te país? Se­re­mos unos bo­lu­dos, unos te­rro­ris­tas, unos re­pre­so­res, ¿pe­ro quién te dio au­to­ri­dad mo­ral a vos pa­ra ha­bla­mos en ese tono?". Y el ca­ra­pin­ta­da, el te­nien­te Flo­res, me di­ce “no ha­blés con esa mi­na”. Fue un qui­lom­bo. Una co­sa fe­roz. Pe­ro es una lec­tu­ra ideo­ló­gi­ca ésa. Yo es­tu­ve en las ban­das ar­ma­das del pe­ro­nis­mo. ¿Y la tri­ple A? Esa es una ver­sión de Bo­nas­so que di­ce "me di cuen­ta que la Tri­ple A la ha­bía in­ven­ta­do Pe­rón..." Lo di­ce por­que Pe­rón no se pue­de de­fen­der. Lle­va­lo a un ba­rrio, que lo di­ga, a ver có­mo le va. Yo es­tu­ve la vez pa­sa­da en Pi­na­mar. Fui a po­ner el cu­lo en el agua, co­mo gor­do que soy, y veo que en el ho­tel más ele­gan­te de Pi­na­mar, un car­tel, "Con­fe­ren­cia Mi­guel Bo­nas­so". To­da gen­te bien en la con­fe­ren­cia. De­ci­le que di­ga las mis­mas co­sas que di­ce de Pe­rón en un ba­rrio del Gran Bue­nos Ai­res. Yo lo acom­pa­ño a ver có­mo le va. Pe­rón no ne­ce­si­ta que yo lo de­fien­da, pe­ro me mo­les­ta que él lo ata­que. Si Bo­nas­so exis­te en la his­to­ria ar­gen­ti­na es por­que es­tu­vo un po­qui­to de tiem­po en el pe­ro­nis­mo... ¿Qué era Bo­nas­so en 1972? Y aho­ra cuen­ta sus his­to­rias de la re­sis­ten­cia... y es la­men­ta­ble. A mí no me im­por­ta que me ata­que. Me im­por­ta que de­ni­gre a Pe­rón.



Otro mi­to. Yo he es­cu­cha­do que era aman­te de Born… pa­la­bra de ho­nor: no era ho­mo­se­xual Born ni yo era un ti­po sa­tá­ni­co ni tan ta­len­to­so. El acuer­do con Born fue a pos­te­rior... ter­mi­na­do el qui­lom­bo, re­lan­zar el ca­pi­ta­lis­mo, ter­mi­nar con el des­or­den ra­di­cal de aquel mo­men­to, una co­sa muy fría... y des­pués la sim­pa­tía na­tu­ral en­tre ti­pos que vi­vie­ron esa ex­pe­rien­cia. Nos pu­si­mos de acuer­do so­bre al­go con­cre­to: Pi­chi­mosky se lle­vó los die­ci­ocho pa­los, re­cu­pe­re­mos esos die­ci­ocho pa­los y te doy unos man­gos. Es­toy or­gu­llo­so de ha­ber­lo he­cho. Y si pu­die­ra re­cu­pe­rar la gui­ta de los cu­ba­nos tam­bién. Por­que, ter­mi­na­da la gue­rra irre­gu­lar hay que de­vol­ver los per­tre­chos y los pri­sio­ne­ros. El úni­co ca­so in­no­ble… lás­ti­ma que us­te­des tie­nen la mal­di­ción de ser pe­rio­dis­tas y se ca­gan en la his­to­ria ar­gen­ti­na… hay una co­sa muy im­pre­sio­nan­te, en una ba­ta­lla en­tre el “Cha­cho” y no sé quién, no sé qué ca­pi­ta­nes de Sar­mien­to, me pa­re­ce que es San­der, no me acuer­do, y el “Cha­cho” le di­ce “acá es­tán mis pri­sio­ne­ros. De­vuél­va­me los míos”. “No pue­do, yo los fu­si­lé”, y se pu­so a llo­rar. Esa es la his­to­ria ar­gen­ti­na. No jo­da­mos. Cuan­do vos ter­mi­nás una gue­rra irre­gu­lar y co­me­tis­te ilí­ci­tos co­mo los que co­me­ti­mos no­so­tros, de­vol­vés los pri­sio­ne­ros, de­vol­vés la gui­ta y se ter­mi­nó. No vi­vís de la gui­ta que hi­cis­te. La gui­ta esa es de Born, sal­vo que us­te­des pien­sen que hay que se­guir la re­vo­lu­ción. En ese ca­so vol­ve­ría­mos a ha­cer cual­quier co­sa. Es­to es tan fá­cil de ex­pli­car, pe­ro no hay na­die que es­té dis­pues­to a ha­cer­lo.
Apar­te, lo de los Born no fue un he­cho mi­li­tar glo­rio­so: fue un se­cues­tro. Em­bos­car una co­lum­na mi­li­tar, les pu­sie­ron una mi­na viet­na­mi­ta, les ti­ra­ron con mor­te­ros, hu­bo un com­ba­te, eso me gus­ta­ría con­tar. La gue­rra es lo más fuer­te que exis­te. Lo que cons­tru­ye los la­zos más se­rios en­tre los se­res hu­ma­nos. No es só­lo la mi­se­ria, el su­fri­mien­to fí­si­co, la im­pie­dad, la cruel­dad, la gue­rra. Tam­bién es la so­li­da­ri­dad, el afec­to, el amor a los que es­tán con vos... La gue­rra es el ac­to de amor más gran­de que exis­te. ¿Qué ti­po acep­ta sa­cri­fi­car su vi­da, la de su fa­mi­lia, la de sus se­res que­ri­dos, por una idea? El res­pe­to por el ad­ver­sa­rio, que se en­fren­te con dig­ni­dad, que mue­ra con dig­ni­dad. Es una co­sa di­fí­cil de ex­pli­car, son va­lo­res del si­glo pa­sa­do, del 1900. Hoy es­to no es mo­derno. Es una anacro­nía. Hoy que­da bien de­fen­der a las ba­lle­nas, a los pingüinos em­pe­tro­la­dos y otras mo­ne­rías por el es­ti­lo. Co­mo di­jo un po­lí­ti­co bra­si­le­ño cuan­do Sting es­ta­ba preo­cu­pa­do por la ex­tin­ción del bos­que, el ti­po di­jo "lo que co­rre pe­li­gro de ex­tin­ción en Bra­sil es el hom­bre...". La gue­rra no es un com­ba­te po­li­cial. Es el con­tac­to con la ma­sa­cre pro­pia, con los ti­pos tu­yos que se mue­ren to­dos los días de una ma­ne­ra es­pan­to­sa y con los muer­tos del enemi­go. Te­nés que vi­vir con los ca­chi­va­ches y lim­piar el cam­po, la uni­dad que to­mas­te, los ca­dá­ve­res. En­ton­ces te­nés el con­tac­to con la muer­te por mu­ti­la­ción, y la muer­te co­mo he­cho fí­si­co, el olor a po­dri­do, el ti­po des­pe­da­za­do, una co­sa que te cam­bia la re­la­ción con el ser hu­mano. Quie­ro ha­blar de lo que pa­sa con el ti­po que vos te­nés en­fren­te. Hay un re­la­to de los in­gle­ses, no me acuer­do cuál, de los pa­ra­cai­dis­tas. El ti­po to­ma una trin­che­ra y un sol­da­do ar­gen­tino le di­ce “yo voy a ir a In­gla­te­rra, a mi me gus­tan los Who” y el in­glés, an­tes de se­guir su ca­mino, lo pa­sa por en­ci­ma. Esa es­ce­na, ¿có­mo la de­co­di­fi­cás? El ar­gen­tino no po­día ana­li­zar que el otro ve­nía a ma­tar­lo. No lo asu­mía den­tro de su ca­be­za. Cuan­do vos vas a de­fen­der una po­si­ción en un ata­que no po­dés de­cir "le­van­te las ma­nos". No te­nés tiem­po. Es­tás ba­jo fue­go. Apar­te es­tás ti­ran­do vos, tus com­pa­ñe­ros, los otros ti­pos, es un in­fierno. Sos vos o el otro. Eso que pa­re­ce una co­sa tan sim­ple... no es tan evi­den­te ni tan cla­ra. No la po­dés re­su­mir tan fá­cil­men­te. No es una pe­lea. Una pe­lea es un cres­cen­do de vio­len­cia, "hi­jo de pu­ta", hay al­go per­so­nal, "la con­cha de tu ma­dre", y la vio­len­cia va sur­gien­do co­mo re­sul­ta­do fi­nal. Hay un cres­cen­do psi­co­ló­gi­co. En el otro ca­so, es un he­cho feo. Ni te ha­blás con el ti­po. Ha­bla otro idio­ma. Des­pués, lo que yo di­go es la des­truc­ción fí­si­ca, es de­cir, la ca­be­za re­ven­ta­da, em­pe­zás a ver ti­pos co­mo si fue­ran cor­te de va­cuno, ¿vis­te un ti­po cuan­do lo abrís? Es igual a una va­ca. La gra­sa, el olor de la car­ne, de la san­gre, de la mier­da, de los in­tes­ti­nos, el olor a po­dri­do, los ca­dá­ve­res que­ma­dos... se­gún el ti­po de ar­ma los ca­dá­ve­res se que­man. Los ex­plo­si­vos se que­man. Cuan­do hay que jun­tar los ca­dá­ve­res pa­ra lim­piar la zo­na, vos ti­rás de las pa­tas de los ti­pos y se te des­ar­man, te­nés que api­lar­los y pren­der­les fue­go, por un te­ma sa­ni­ta­rio. En Bei­rut que­da­ban ba­jo los es­com­bros y de­ja­ban un olor in­so­por­ta­ble. No­so­tros no te­nía­mos to­pa­do­ras pa­ra mo­ver los es­com­bros. Los po­cos pe­rros que ha­bía se mor­fa­ban los ca­dá­ve­res, es al­go muy di­fí­cil... por eso yo les ha­blo de Jua­na de Ar­co... y us­te­des no me dan bo­la. De­be ser que duer­men bien.