jueves, 28 de agosto de 2014

un Leónidas



COMIQUEO DE RULO
 

-Me drogo porque sí, porque me gusta,
porque ¡¿qué hay?! soy joven y lo hago;
si quiero destruirme me destruyo.
Me droga el mundo, me droga un medio mundo.
el ambiente me droga, un medio ambiente;
me droga un San Bernardo, drógame un Drondo.

El rock me droga (el tango ni me droga),
y el ruido y las luces de las disco,
el calor de la ciudad y sus fríos.

Me droga el fúlbo, la TV y almuerzos
y micos y ginellis y una pérgola;
me droga un vano grillo, un can ciruja.

Me drogan los aviesos noticieros,
los juegos de video, comerciales,
y los consejos de papá y de mami.

Me droga el cine poético, cinefilos,
óperas y ballets, el sida, el sexo;
una papa me droga, una papada.

Me droga una mina intelectual,
poetas de la lírica y cuentistas;
me drogan los milicos y políticos.

Y me drogan los curas sanadores
y los obispos y la gente "progre"
y los hipócritas de doble faz.

Me droga un culo grande pa'chambones,
me drogan las culonas y culones;
me drogan policías y buchones.

Me drogan tantas cosas que me drogo;
me droga este que escribe y que me escribe,
que me hace hablar al pedo; yo me drogo,
forro lector, porque me da la gana.



Leónidas Lamborghini (Argentina, Buenos Aires, 1927-2009)

viernes, 25 de abril de 2014

Lectura en el Bellas Artes de Moreno

Jornada Literatura + DDHH en el Museo de Bellas Artes de Moreno. Leeremos, este sábado, mi compañero y amigo Tomas López Mateo y yo.  Les agradecemos el espacio a la Asociación Amigos Del Museo de Bellas Artes de Moreno.




viernes, 18 de abril de 2014

A los reales seguidores del realismo
Sergio Raimondi

No es, como gustan decir, la voluntad
implacable de nombrar la experiencia
de quien ha sufrido y por eso desecha
el recurso del adorno mortecino. Es,
en todo caso, su confianza en los sustantivos,
su adjetivación rala y apenas expresiva
y cualquier atisbo de acción subordinado
a la persistencia y fijeza de una imagen.
Suyo el artificio, en fin, de que el verso
existe porque en algún lado se vivió,
no de que el verso es la vida y lo intolerable.





lunes, 24 de marzo de 2014

Dogma

Fragmento de una carta de Franz Kafka a su amigo Oskar Pollak:

“Pienso que solo deberíamos leer libros de los que muerden y pinchan. Si el libro que leemos no nos despierta de un puñetazo en la cara, ¿para qué leerlo? ¿Para que nos haga felices, como dices en tu carta? Por Dios, podríamos ser igual de felices sin libros, y si nos hicieran falta libros para ser felices, podríamos escribirlos nosotros mismos, llegado el caso. No, lo que necesitaríamos son libros que caigan sobre nosotros como un golpe dolorosísimo, como la muerte de alguien a quien amábamos más que a nosotros mismos, como si nos viéramos desterrados a los bosques, lejos de todo ser humano, como un suicidio; un libro tiene que ser un hacha que abra un agujero en el mar helado de nuestro interior”.

domingo, 23 de marzo de 2014

Los dos Cucu



Oscar y La Repandilla





El hombre kirchnerista.
Washington Cucurto

El niño, el adolescente, el joven profesional,
el hombre-simple, puede terminar ahorcado
en una pieza durante una junta de las Américas.
Ese es el drama del hombre kirchnerista,
oh, muchacho de mi tiempo,
¿inconformismo? ¿soledad? ¿desolación?
¿Inseguridad ante los veteranos que ejercen el poder?
El hombre kirchnerista sabe que puede morir en cualquier momento,
como todos los demás hombres
y nadie le agradecerá nada
es consciente, sabe, que puede ser traicionado
por sus compañeros de agrupación
que lo despiden con un “hasta la victoria, compañero”.
El enemigo número 1 del hombre kirchnerista
no es el capital ni Clarín,
es la hipocresía.
En este punto no hay discusión.
Sin embargo… como dice Aníbal Fernández
(“es tan importante decir sin embargo”),
el hombre kirchnerista se la juega,
vive como puede y es el primero en aplicar
la “sinembargología”.
El hombre kirchnerista vive ninguneado,
desoído su entusiasmo por los viejos carcamanes
que acabarán con esa idea preciosa
del hombre kirchnerista.
El hombre kirchnerista vive como puede y dice “sin embargo”…

El hombre kirchnerista, muchacho de mi tiempo,
vive hacinado en una pieza cercana a la Plaza Miserere,
sin laburo y soportando una “ayuda social”.
Toma mate como Macedonio en una cucheta de Once.
Sabe que la realidad lo tiene atado de pies y manos.
El hombre kirchnerista siempre es joven,
su juventud es su gran característica.
Pensó que iba a cambiar al poder
pero el poder está en manos del ser antikirchnerista.
¡oh, qué paradoja, qué chotada!
Viejos, soberbios, escuálidos, consumidores de Viagra,
millonarios, conservas, son todas cualidades
del hombre antikirchnerista.
El hombre kirchnerista es un hombre imaginarios
sin embargo vive en todos nosotros,
bien adentro, hace años que pugna por salir.
El hombre kirchnerista es un animal comprensivo,
lucha cada día contra la realidad concreta.
“Los sueños mezclados con las convicciones
Son lo más importante”.
Sueños y convicciones y ganas de garchar
le sobran al hombre kirchnerista

El hombre kirchnerista, muchacho de mi tiempo,
tiene novia, le gusta ir al cine, odia la economía,
tiene sueños para tirar a la marchanta.
Vive tardes y noches imaginarias
su imaginación, su capacidad de soñar,
lo volverá un hombre con mil posibilidades.
Muchos sinembargos tendrá el hombre que sueña.

Oh, muchacho de mi tiempo, estoy viejo
pero jamás seré un carcamán.

El hombre kirchnerista al igual que todos
busca una mujer de carne y hueso.
¡Qué mujer la Mili Bermudez, la Flor Monfort, la Julieta Mortati!
El hombre kirchnerista está ahí como un tigre,
dispuesto a dar el gran salto en cualquier momento,
sueña y se alimenta el espíritu
vende golosinas en un kiosco,
sólo milita contra el goliardo de la vida diaria.
Más de una vez por día piensa en Néstor,
sueña con una Mili Bermúdez y es capaz de leer a Quique Fogwill.
Sabe, y yo también lo sé,
que no irá en coche al muere,
cuando todo acabe, plantará violetas.
Cubrirá todo con violetas.

martes, 4 de marzo de 2014

El rizoma argentino según Rubio



Fragmento del texto Autobiografía Podrida del poeta nacional Alejandro Rubio, perteneciente a su único libro escrito en prosa La Garchofa Esmeralda.

POR QUÉ SOY PERONISTA

Primero, porque el peronismo le dio dignidad a la clase trabajadora (después se la quitó, con la anuencia de la misma clase, pero ése es un tema que el pensamiento político aún no ha resuelto). Segundo, porque mi abuelo fue dirigente sindical durante la gran década y mi viejo fue militante durante toda la proscripción, arriesgando su vida y su libertad. Tercero, porque conozco bien a los antiperonistas, conozco su clasismo y su racismo, sé cómo el peronismo desbarató sus mediocres sueños y no quiero formar parte de esa carpa ni ahí. Es conocida la pequeña pieza de Borges sobre un hombre que, meses después de la muerte de Evita, montaba en el Chaco o en Corrientes el velorio de una muñeca rubia cobrándoles una módica entrada a los lugareños, que así presentaban sus respetos a la señora. La conjetura de Borges: Perón y Eva, héroes de una crasa mitología. Eso es lo máximo que alcanzan los antiperonistas en su comprensión del fenómeno: la gente buena ignorante, en busca de trascendencia semirreligiosa, engañada por un siniestro demagogo. Olvidan que el pueblo peronista no es ingenuo ni crédulo, al contrario, es taimado y pícaro, y se identificó con Perón porque vio en él la versión superior de esas cualidades. Menem tenía las mismas virtudes y por eso cimentó la popularidad que le permitió convertir el PJ en el ariete de una política históricamente antiperonista, ya que todos los peronistas saben que no existe, no existió nunca, la ideología. El peronismo es el rizoma argentino y por eso los binarios, biunívocos, cuadrados cuadros de la izquierda y la derecha lo denostan por informe y poco riguroso, "populista", dicen, pronunciando con la boquita fruncida esa palabra de puto. Están condenados a una perpetua frustración: sea cual sea el curso que tome el país, el peronismo, en alguno de sus sentidos y en todos a la vez, estará al timón. 

miércoles, 26 de febrero de 2014

"La guerra es el acto de amor más grande que existe"


Este texto pertenece a la biografía Galimberti. De Perón a Susana, de Montoneros a la CIA. 
Marcelo Larraquy y Roberto Caballero, Buenos Aires, Norma, 2000.


Co­mo to­do ti­po que ha he­cho la gue­rra, yo ten­go un po­co de in­som­nio. Una ma­dru­ga­da, ha­ce vein­te días, pren­do la te­le y apa­re­ce en el pro­gra­ma "De Ren­zis 2000" un anor­mal, un ti­po del ERP, que se di­ce Mat­ti­ni y se lla­ma Blu­mer, una co­sa así, y se sien­ta con Per­día y en­ton­ces De Ren­zis, que pa­re­ce un di­bu­ji­to, con el cu­li­to pa­ra­do, di­ce: "Bueno, acá te­ne­mos a los dos co­man­dan­tes gue­rri­lle­ros..." y los ti­pos se po­nen a ha­blar. Yo pen­sé: "¿Có­mo? ¿Ese ti­po fue je­fe mío?". Y el otro, Va­ca, Va­ca Nar­va­ja, que apa­re­ce en la go­me­ría... No es­tá bien. O re­nun­cian a la po­lí­ti­ca y se exi­lian en Tur­quía o de­mues­tran que en es­ta so­cie­dad no­so­tros so­mos ca­pa­ces de ser exi­to­sos. Yo soy ca­paz de ge­ne­rar me­dios, de dar tra­ba­jo a otros, de te­ner ideas crea­ti­vas. ¿Por qué re­pu­diar el éxi­to? No nos de­di­ca­mos a ha­cer la re­vo­lu­ción por­que éra­mos in­com­pe­ten­tes, que si no ha­cía­mos eso íba­mos a ser ase­so­res o go­me­ros en Vi­lla Lu­gano. ¿Por qué Per­día siem­pre vi­ve de la te­ta del Pre­su­pues­to Na­cio­nal? ¿Por qué siem­pre es­tá de ase­sor de un mi­nis­tro, de un dipu­tado? ¿Por qué no la­bu­ra de abo­ga­do en se­rio? Yo me sien­to hu­mi­lla­do por esa ac­ti­tud. Me gus­ta­ría que es­tu­vie­ra al fren­te de una em­pre­sa, pi­dien­do cré­di­tos en un ban­co, ar­man­do qui­lom­bo, dis­cu­tien­do con los obre­ros un con­tra­to, me gus­ta­ría ver­lo en la fun­ción... Pa­ra ser con­se­cuen­te con la lu­cha de la épo­ca, hay que ser exi­to­so en nues­tra so­cie­dad. Fir­me­nich me pa­re­ce el más con­de­na­ble. Co­mo di­ría Goe­bels: "Él, el peor de to­dos". Fir­me­nich tie­ne cin­cuen­ta y dos años, ¿qué es lo que tie­ne que es­tu­diar en Es­pa­ña? ¿Por qué se au­to­exi­lió? ¡Que vuel­va a la Ar­gen­ti­na, her­mano! Que se ban­que el jui­cio de la gen­te, que ten­ga que dis­cu­tir, que lo pu­teen. Que le di­gan "con­ta­me es­to, ex­pli­ca­me aque­llo". Que se la ban­que. No­so­tros fui­mos re­vo­lu­cio­na­rios, per­di­mos una lu­cha y en con­se­cuen­cia tu­vi­mos ba­jas. No nos lle­va­ron a pa­ta­das en el cu­lo a ha­cer las co­sas que hi­ci­mos, y pa­ga­mos un du­ro pre­cio por es­to... pe­ro tam­bién con­tri­bui­mos a de­mo­ler el au­to­ri­ta­ris­mo en la Ar­gen­ti­na. En­ton­ces, es­ta de­mo­cra­cia que te­ne­mos es tam­bién nues­tra cons­truc­ción. Qui­zá una cons­truc­ción in­vo­lun­ta­ria, por­que a nues­tra ma­ne­ra éra­mos au­to­ri­ta­rios. Pe­ro con­tri­bui­mos a de­mo­ler el Es­ta­do vie­jo... en­ton­ces yo no pue­do en­ten­der que Fir­me­nich no se sien­ta bien en es­te pe­da­zo de de­mo­cra­cia que tam­bién exis­te pa­ra él. En ese sen­ti­do, me pa­re­ce in­fi­ni­ta­men­te su­pe­rior la ac­ti­tud de Per­día y Va­ca. Lo que me pa­re­ce in­no­ble es que no sean ca­pa­ces de ha­cer al­go más im­por­tan­te que lo que ha­cen, que nos de­jen bien pa­ra­dos co­mo ge­ne­ra­ción... El go­me­ro Va­ca Nar­va­ja pa­só de la me­tra­lle­ta al cri­que... Pe­ro yo no lo odio. Fue un gran com­ba­tien­te in­di­vi­dual, con mu­cho co­ra­je, muy so­ber­bio tam­bién. Yo no les ten­go el odio que ellos me tie­nen a mí. An­tes sí, te­nía un ve­neno que no po­día ser. Vein­te años des­pués los mi­rás dis­tin­to. Yo no du­do de la ho­nes­ti­dad de aque­lla épo­ca. Ha­bía más ig­no­ran­cia, im­pe­ri­cia y so­ber­bia ju­ve­nil que ma­la fe...



...​Ahora, no jo­da­mos, los pri­sio­ne­ros de la ES­MA di­ri­gían la gue­rra con­tra no­so­tros. Cuan­do pu­de re­cu­pe­rar en mi pro­ce­so las co­sas que ha­bían es­cri­to so­bre mí... Es­cri­tos de los ti­pos nues­tros que ha­bían si­do cap­tu­ra­dos. No lo po­día creer... y cla­ro, eran mis ex com­pa­ñe­ros... Esa gue­rra us­te­des no la pue­den en­ten­der. Pa­ra mí ya pa­só. Pe­ro en ese mo­men­to es­ta­ban ha­cién­do­nos eso. Qué que­rés, que les ten­ga sim­pa­tía...
No, yo no per­dono a los ma­ri­nos. Con el úni­co ti­po con el que ha­blé fue con Rá­di­ce. No me jun­to con “El Ti­gre” Acos­ta a to­mar cham­pag­ne. Mas­se­ra fue una ex­pre­sión del fas­cis­mo… en el sen­ti­do de tra­tar de cap­tu­rar al pe­ro­nis­mo con un ses­go po­pu­lis­ta. Era un anal­fa­be­to po­lí­ti­co. De­cía “yo ha­blo con to­do el pe­ro­nis­mo”, por­que lo te­nía de­te­ni­do. Man­da­ba a se­cues­trar a los ti­pos pa­ra ha­blar con ellos. Es una vi­sión le­tal. Él se en­car­gó de que Isa­bel es­tu­vie­ra pre­sa con él… era la acu­mu­la­ción po­lí­ti­ca so­bre la ba­se de la de­ten­ción. Una vi­sión bru­tal de la po­lí­ti­ca. Yo creo que eso es lo que lo con­de­na. Mas­se­ra di­jo que es­ta­ba más allá del bien y el mal pa­ra jus­ti­fi­car los crí­me­nes que es­ta­ban co­me­tien­do. Ase­si­na­ron a pri­sio­ne­ros ren­di­dos, no tie­nen per­dón. Pe­ro no por la tor­tu­ra. La tor­tu­ra es un pro­ble­ma me­to­do­ló­gi­co. ¿Qué hi­zo la Igle­sia Ca­tó­li­ca du­ran­te si­glos? Pa­ra con­de­nar, exi­gía la con­fe­sión, y pa­ra con­se­guir­la exis­tía la tor­tu­ra. No ha­blé tan­to en con­tra de la tor­tu­ra. Es un in­ven­to de la re­vo­lu­ción cu­ba­na, que tor­tu­ró a to­do el mun­do, por em­pe­zar a su pue­blo, que lo tie­ne opri­mi­do. No, la tor­tu­ra no es lo im­por­tan­te. Lo cri­mi­nal que hi­cie­ron los ma­ri­nos fue ase­si­nar a pri­sio­ne­ros in­de­fen­sos, no tie­nen per­dón de Dios. Y eso los va a per­se­guir has­ta el día en que se mue­ran. Fue ab­so­lu­ta­men­te in­ne­ce­sa­rio, pro­duc­to del te­rror que ellos te­nían. Un mie­do exa­cer­ba­do, no sé qué. Un mie­do es­pan­to­so, por­que la úni­ca ra­zón por la que ase­si­nás a un opo­si­tor ren­di­do es por­que te­nés mie­do. Pen­sás que si es­tá vi­vo te va a ca­gar de al­gu­na ma­ne­ra. Ese mie­do los va a per­se­guir has­ta el día en que se mue­ran. Eso, y el no ha­ber te­ni­do hue­vos de fir­mar lo que ha­cían. La tor­tu­ra es una anéc­do­ta. Cual­quie­ra es ca­paz de tor­tu­rar en una si­tua­ción ex­tre­ma. Es una ob­je­ción pe­lo­tu­da. Si ellos pe­lea­ban con el Có­di­go ba­jo el bra­zo, co­mo de­cía el ge­ne­ral Cor­bet­ta, per­dían la gue­rra. Lo que no tie­ne per­dón es ase­si­nar a pri­sio­ne­ros iner­mes. Yo no los per­do­né. Ter­mi­né la gue­rra. Us­te­des no en­tien­den la re­con­ci­lia­ción. Es­te país tie­ne que sa­lir ade­lan­te. Por los hi­jos de us­te­des. Los paí­ses ne­ce­si­tan sal­var sus con­flic­tos y pen­sar en el fu­tu­ro. No ha­ga­mos un qui­lom­bo por una gue­rra de ha­ce trein­ta años. Ya es­tá. Esa gue­rra la ga­na­mos, eso es lo que el im­bé­cil de Fir­me­nich no en­tien­de. Po­de­mos ha­blar no­so­tros, que pen­sa­mos dis­tin­to, pu­di­mos vo­tar. Pu­do vo­tar la iz­quier­da uni­da, la iz­quier­da pe­lo­tu­da, la iz­quier­da fo­rra, no im­por­ta, to­do el mun­do pue­de vo­tar. Ga­lim­ber­ti pue­de ser pre­si­den­te de me­sa. ¿Cuán­to va­le eso? ¡No tie­ne pre­cio! No lo en­tien­den. No en­tien­den el país en que nos cria­mos no­so­tros. Un país ho­rren­do. Si pen­sa­bas dis­tin­to te ma­ta­ban. Y te ma­ta­ban, her­mano. An­tes de la dic­ta­du­ra, te ma­ta­ban. No­so­tros for­má­ba­mos par­te de un mo­vi­mien­to ma­yo­ri­ta­rio pros­crip­to. Yo les di­go “po­de­mos vo­tar, es una con­quis­ta…” us­te­des me mi­ran y me di­cen “es un lo­co…”. No en­tien­den los con­te­ni­dos de­mo­crá­ti­cos del pe­ro­nis­mo, los con­te­ni­dos re­vo­lu­cio­na­rios, la trans­for­ma­ción de la so­cie­dad. Pe­rón: un ti­po que se ca­sa con una mi­na que era una pu­ta, un ge­ne­ral del Ejér­ci­to. Lo trai­cio­nó la Igle­sia y lo trai­cio­nó el Ejér­ci­to. Y no lo per­do­nó la oli­gar­quía. ¡Qué re­for­ma agra­ria! ¿Pa­ra qué que­rés re­for­ma agra­ria…? Ha­bía que ha­cer el IA­PI, sa­car la gui­ta que ga­na­ba la oli­gar­quía y rein­ver­tir­la en la in­dus­tria. Nues­tro pe­ro­nis­mo era un pe­ro­nis­mo cien­tí­fi­co, no era un po­pu­lis­mo pe­lo­tu­do. Y us­te­des ven lo que es la so­cie­dad hoy. Vos pen­sá en una so­cie­dad in­mó­vil, en la dé­ca­da del cua­ren­ta, mi­rá lo que Pe­rón hi­zo. Por las mu­je­res, por los hu­mil­des, na­die en­tien­de ese con­te­ni­do po­pu­lar. Cuan­do Gron­do­na jus­ti­fi­ca el gol­pe de 1955 por­que ha­bía un so­lo no­ti­cie­ro... es una in­fa­mia. Les soy sin­ce­ro, pe­ro esa idea de la Tri­ple A que us­te­des tie­nen... Ha­bía mu­chas ban­das ar­ma­das. No­so­tros tam­bién éra­mos una ban­da ar­ma­da. Esa es la vi­sión de los gue­rri­lle­ros co­mo Bo­nas­so, un gue­rri­lle­ro vir­tual, lo úni­co que ha de­rra­ma­do en su vi­da es tin­ta. Él no en­tró al pe­ro­nis­mo. En­tró a los Mon­to­ne­ros, que que­rían to­mar el tran­vía que era el pe­ro­nis­mo por­que las ma­sas es­tán en el pe­ro­nis­mo. Yo en­tré al pe­ro­nis­mo por­que soy pe­ro­nis­ta. No lo di­go pa­ra sal­var­me de na­da. Al con­tra­rio, agra­va mi res­pon­sa­bi­li­dad po­lí­ti­ca. Por­que di­cien­do lo que di­go... ¡¿có­mo pue­de ser que no me
ha­ya ido an­tes de una ban­da de idio­tas?! Apar­te asu­mo to­das las cul­pas del pe­ro­nis­mo. ¿Por qué Bri­to Li­ma se sien­ta con­mi­go y no con otros ti­pos de la gue­rri­lla? Yo no era un cris­tia­nu­chi pa­sa­do al pe­ro­nis­mo. ¿Qué hay en co­mún pa­ra que va­ya­mos a co­mer una vez al mes, pa­ra que Bri­to di­ga, en un ho­me­na­je a Abal Me­di­na, "per­dón mi Ge­ne­ral por no ha­ber po­di­do con­ser­var la uni­dad. Nos he­mos ma­ta­do en­tre no­so­tros"? Ese as­co que di­ce que sien­te Ver­bitsky, que di­ce que de­jó de ser pe­ro­nis­ta re­tros­pec­ti­va­men­te el 20 de ju­nio, en Ezei­za, es una vi­sión de ellos. En el pe­ro­nis­mo siem­pre hu­bo ban­das ar­ma­das. Yo no ten­go esa in­dig­na­ción que us­te­des tie­nen con los gru­pos de la de­re­cha pe­ro­nis­ta. Tu­ve la mis­ma dis­cu­sión con la ti­lin­ga... la es­po­sa de uno de los Born en mi ca­sa. Ha­bía dos mi­li­ta­res, un ma­yor del Ejér­ci­to hé­roe de Mal­vi­nas y otro mi­li­co de los ca­ra­pin­ta­das. Pa­rien­te de los Born. Pa­tri­cia Ben­cich, la her­ma­na de la es­po­sa de Jor­gi­to Born. Ella de­cía "yo no pue­do en­ten­der có­mo us­te­des pue­den es­tar jun­tos... los sub­ver­si­vos, los mi­li­ta­res...". Y el ma­yor que es­tá en ac­ti­vi­dad le di­ce: "Vos no en­ten­dés una mier­da, no­so­tros nos ma­ta­mos por­que te­nía­mos una idea de la Pa­tria. ¿Vos qué idea te­nés? ¿Qué hi­zo tu fa­mi­lia, apar­te de ga­nar gui­ta y ven­der de­par­ta­men­tos? ¿Quién sos vos pa­ra ve­nir a de­cir­nos al­go a no­so­tros... que nos ma­ta­mos pa­ra me­jo­rar es­te país? Se­re­mos unos bo­lu­dos, unos te­rro­ris­tas, unos re­pre­so­res, ¿pe­ro quién te dio au­to­ri­dad mo­ral a vos pa­ra ha­bla­mos en ese tono?". Y el ca­ra­pin­ta­da, el te­nien­te Flo­res, me di­ce “no ha­blés con esa mi­na”. Fue un qui­lom­bo. Una co­sa fe­roz. Pe­ro es una lec­tu­ra ideo­ló­gi­ca ésa. Yo es­tu­ve en las ban­das ar­ma­das del pe­ro­nis­mo. ¿Y la tri­ple A? Esa es una ver­sión de Bo­nas­so que di­ce "me di cuen­ta que la Tri­ple A la ha­bía in­ven­ta­do Pe­rón..." Lo di­ce por­que Pe­rón no se pue­de de­fen­der. Lle­va­lo a un ba­rrio, que lo di­ga, a ver có­mo le va. Yo es­tu­ve la vez pa­sa­da en Pi­na­mar. Fui a po­ner el cu­lo en el agua, co­mo gor­do que soy, y veo que en el ho­tel más ele­gan­te de Pi­na­mar, un car­tel, "Con­fe­ren­cia Mi­guel Bo­nas­so". To­da gen­te bien en la con­fe­ren­cia. De­ci­le que di­ga las mis­mas co­sas que di­ce de Pe­rón en un ba­rrio del Gran Bue­nos Ai­res. Yo lo acom­pa­ño a ver có­mo le va. Pe­rón no ne­ce­si­ta que yo lo de­fien­da, pe­ro me mo­les­ta que él lo ata­que. Si Bo­nas­so exis­te en la his­to­ria ar­gen­ti­na es por­que es­tu­vo un po­qui­to de tiem­po en el pe­ro­nis­mo... ¿Qué era Bo­nas­so en 1972? Y aho­ra cuen­ta sus his­to­rias de la re­sis­ten­cia... y es la­men­ta­ble. A mí no me im­por­ta que me ata­que. Me im­por­ta que de­ni­gre a Pe­rón.



Otro mi­to. Yo he es­cu­cha­do que era aman­te de Born… pa­la­bra de ho­nor: no era ho­mo­se­xual Born ni yo era un ti­po sa­tá­ni­co ni tan ta­len­to­so. El acuer­do con Born fue a pos­te­rior... ter­mi­na­do el qui­lom­bo, re­lan­zar el ca­pi­ta­lis­mo, ter­mi­nar con el des­or­den ra­di­cal de aquel mo­men­to, una co­sa muy fría... y des­pués la sim­pa­tía na­tu­ral en­tre ti­pos que vi­vie­ron esa ex­pe­rien­cia. Nos pu­si­mos de acuer­do so­bre al­go con­cre­to: Pi­chi­mosky se lle­vó los die­ci­ocho pa­los, re­cu­pe­re­mos esos die­ci­ocho pa­los y te doy unos man­gos. Es­toy or­gu­llo­so de ha­ber­lo he­cho. Y si pu­die­ra re­cu­pe­rar la gui­ta de los cu­ba­nos tam­bién. Por­que, ter­mi­na­da la gue­rra irre­gu­lar hay que de­vol­ver los per­tre­chos y los pri­sio­ne­ros. El úni­co ca­so in­no­ble… lás­ti­ma que us­te­des tie­nen la mal­di­ción de ser pe­rio­dis­tas y se ca­gan en la his­to­ria ar­gen­ti­na… hay una co­sa muy im­pre­sio­nan­te, en una ba­ta­lla en­tre el “Cha­cho” y no sé quién, no sé qué ca­pi­ta­nes de Sar­mien­to, me pa­re­ce que es San­der, no me acuer­do, y el “Cha­cho” le di­ce “acá es­tán mis pri­sio­ne­ros. De­vuél­va­me los míos”. “No pue­do, yo los fu­si­lé”, y se pu­so a llo­rar. Esa es la his­to­ria ar­gen­ti­na. No jo­da­mos. Cuan­do vos ter­mi­nás una gue­rra irre­gu­lar y co­me­tis­te ilí­ci­tos co­mo los que co­me­ti­mos no­so­tros, de­vol­vés los pri­sio­ne­ros, de­vol­vés la gui­ta y se ter­mi­nó. No vi­vís de la gui­ta que hi­cis­te. La gui­ta esa es de Born, sal­vo que us­te­des pien­sen que hay que se­guir la re­vo­lu­ción. En ese ca­so vol­ve­ría­mos a ha­cer cual­quier co­sa. Es­to es tan fá­cil de ex­pli­car, pe­ro no hay na­die que es­té dis­pues­to a ha­cer­lo.
Apar­te, lo de los Born no fue un he­cho mi­li­tar glo­rio­so: fue un se­cues­tro. Em­bos­car una co­lum­na mi­li­tar, les pu­sie­ron una mi­na viet­na­mi­ta, les ti­ra­ron con mor­te­ros, hu­bo un com­ba­te, eso me gus­ta­ría con­tar. La gue­rra es lo más fuer­te que exis­te. Lo que cons­tru­ye los la­zos más se­rios en­tre los se­res hu­ma­nos. No es só­lo la mi­se­ria, el su­fri­mien­to fí­si­co, la im­pie­dad, la cruel­dad, la gue­rra. Tam­bién es la so­li­da­ri­dad, el afec­to, el amor a los que es­tán con vos... La gue­rra es el ac­to de amor más gran­de que exis­te. ¿Qué ti­po acep­ta sa­cri­fi­car su vi­da, la de su fa­mi­lia, la de sus se­res que­ri­dos, por una idea? El res­pe­to por el ad­ver­sa­rio, que se en­fren­te con dig­ni­dad, que mue­ra con dig­ni­dad. Es una co­sa di­fí­cil de ex­pli­car, son va­lo­res del si­glo pa­sa­do, del 1900. Hoy es­to no es mo­derno. Es una anacro­nía. Hoy que­da bien de­fen­der a las ba­lle­nas, a los pingüinos em­pe­tro­la­dos y otras mo­ne­rías por el es­ti­lo. Co­mo di­jo un po­lí­ti­co bra­si­le­ño cuan­do Sting es­ta­ba preo­cu­pa­do por la ex­tin­ción del bos­que, el ti­po di­jo "lo que co­rre pe­li­gro de ex­tin­ción en Bra­sil es el hom­bre...". La gue­rra no es un com­ba­te po­li­cial. Es el con­tac­to con la ma­sa­cre pro­pia, con los ti­pos tu­yos que se mue­ren to­dos los días de una ma­ne­ra es­pan­to­sa y con los muer­tos del enemi­go. Te­nés que vi­vir con los ca­chi­va­ches y lim­piar el cam­po, la uni­dad que to­mas­te, los ca­dá­ve­res. En­ton­ces te­nés el con­tac­to con la muer­te por mu­ti­la­ción, y la muer­te co­mo he­cho fí­si­co, el olor a po­dri­do, el ti­po des­pe­da­za­do, una co­sa que te cam­bia la re­la­ción con el ser hu­mano. Quie­ro ha­blar de lo que pa­sa con el ti­po que vos te­nés en­fren­te. Hay un re­la­to de los in­gle­ses, no me acuer­do cuál, de los pa­ra­cai­dis­tas. El ti­po to­ma una trin­che­ra y un sol­da­do ar­gen­tino le di­ce “yo voy a ir a In­gla­te­rra, a mi me gus­tan los Who” y el in­glés, an­tes de se­guir su ca­mino, lo pa­sa por en­ci­ma. Esa es­ce­na, ¿có­mo la de­co­di­fi­cás? El ar­gen­tino no po­día ana­li­zar que el otro ve­nía a ma­tar­lo. No lo asu­mía den­tro de su ca­be­za. Cuan­do vos vas a de­fen­der una po­si­ción en un ata­que no po­dés de­cir "le­van­te las ma­nos". No te­nés tiem­po. Es­tás ba­jo fue­go. Apar­te es­tás ti­ran­do vos, tus com­pa­ñe­ros, los otros ti­pos, es un in­fierno. Sos vos o el otro. Eso que pa­re­ce una co­sa tan sim­ple... no es tan evi­den­te ni tan cla­ra. No la po­dés re­su­mir tan fá­cil­men­te. No es una pe­lea. Una pe­lea es un cres­cen­do de vio­len­cia, "hi­jo de pu­ta", hay al­go per­so­nal, "la con­cha de tu ma­dre", y la vio­len­cia va sur­gien­do co­mo re­sul­ta­do fi­nal. Hay un cres­cen­do psi­co­ló­gi­co. En el otro ca­so, es un he­cho feo. Ni te ha­blás con el ti­po. Ha­bla otro idio­ma. Des­pués, lo que yo di­go es la des­truc­ción fí­si­ca, es de­cir, la ca­be­za re­ven­ta­da, em­pe­zás a ver ti­pos co­mo si fue­ran cor­te de va­cuno, ¿vis­te un ti­po cuan­do lo abrís? Es igual a una va­ca. La gra­sa, el olor de la car­ne, de la san­gre, de la mier­da, de los in­tes­ti­nos, el olor a po­dri­do, los ca­dá­ve­res que­ma­dos... se­gún el ti­po de ar­ma los ca­dá­ve­res se que­man. Los ex­plo­si­vos se que­man. Cuan­do hay que jun­tar los ca­dá­ve­res pa­ra lim­piar la zo­na, vos ti­rás de las pa­tas de los ti­pos y se te des­ar­man, te­nés que api­lar­los y pren­der­les fue­go, por un te­ma sa­ni­ta­rio. En Bei­rut que­da­ban ba­jo los es­com­bros y de­ja­ban un olor in­so­por­ta­ble. No­so­tros no te­nía­mos to­pa­do­ras pa­ra mo­ver los es­com­bros. Los po­cos pe­rros que ha­bía se mor­fa­ban los ca­dá­ve­res, es al­go muy di­fí­cil... por eso yo les ha­blo de Jua­na de Ar­co... y us­te­des no me dan bo­la. De­be ser que duer­men bien.