lunes, 24 de marzo de 2014

Dogma

Fragmento de una carta de Franz Kafka a su amigo Oskar Pollak:

“Pienso que solo deberíamos leer libros de los que muerden y pinchan. Si el libro que leemos no nos despierta de un puñetazo en la cara, ¿para qué leerlo? ¿Para que nos haga felices, como dices en tu carta? Por Dios, podríamos ser igual de felices sin libros, y si nos hicieran falta libros para ser felices, podríamos escribirlos nosotros mismos, llegado el caso. No, lo que necesitaríamos son libros que caigan sobre nosotros como un golpe dolorosísimo, como la muerte de alguien a quien amábamos más que a nosotros mismos, como si nos viéramos desterrados a los bosques, lejos de todo ser humano, como un suicidio; un libro tiene que ser un hacha que abra un agujero en el mar helado de nuestro interior”.

domingo, 23 de marzo de 2014

Los dos Cucu



Oscar y La Repandilla





El hombre kirchnerista.
Washington Cucurto

El niño, el adolescente, el joven profesional,
el hombre-simple, puede terminar ahorcado
en una pieza durante una junta de las Américas.
Ese es el drama del hombre kirchnerista,
oh, muchacho de mi tiempo,
¿inconformismo? ¿soledad? ¿desolación?
¿Inseguridad ante los veteranos que ejercen el poder?
El hombre kirchnerista sabe que puede morir en cualquier momento,
como todos los demás hombres
y nadie le agradecerá nada
es consciente, sabe, que puede ser traicionado
por sus compañeros de agrupación
que lo despiden con un “hasta la victoria, compañero”.
El enemigo número 1 del hombre kirchnerista
no es el capital ni Clarín,
es la hipocresía.
En este punto no hay discusión.
Sin embargo… como dice Aníbal Fernández
(“es tan importante decir sin embargo”),
el hombre kirchnerista se la juega,
vive como puede y es el primero en aplicar
la “sinembargología”.
El hombre kirchnerista vive ninguneado,
desoído su entusiasmo por los viejos carcamanes
que acabarán con esa idea preciosa
del hombre kirchnerista.
El hombre kirchnerista vive como puede y dice “sin embargo”…

El hombre kirchnerista, muchacho de mi tiempo,
vive hacinado en una pieza cercana a la Plaza Miserere,
sin laburo y soportando una “ayuda social”.
Toma mate como Macedonio en una cucheta de Once.
Sabe que la realidad lo tiene atado de pies y manos.
El hombre kirchnerista siempre es joven,
su juventud es su gran característica.
Pensó que iba a cambiar al poder
pero el poder está en manos del ser antikirchnerista.
¡oh, qué paradoja, qué chotada!
Viejos, soberbios, escuálidos, consumidores de Viagra,
millonarios, conservas, son todas cualidades
del hombre antikirchnerista.
El hombre kirchnerista es un hombre imaginarios
sin embargo vive en todos nosotros,
bien adentro, hace años que pugna por salir.
El hombre kirchnerista es un animal comprensivo,
lucha cada día contra la realidad concreta.
“Los sueños mezclados con las convicciones
Son lo más importante”.
Sueños y convicciones y ganas de garchar
le sobran al hombre kirchnerista

El hombre kirchnerista, muchacho de mi tiempo,
tiene novia, le gusta ir al cine, odia la economía,
tiene sueños para tirar a la marchanta.
Vive tardes y noches imaginarias
su imaginación, su capacidad de soñar,
lo volverá un hombre con mil posibilidades.
Muchos sinembargos tendrá el hombre que sueña.

Oh, muchacho de mi tiempo, estoy viejo
pero jamás seré un carcamán.

El hombre kirchnerista al igual que todos
busca una mujer de carne y hueso.
¡Qué mujer la Mili Bermudez, la Flor Monfort, la Julieta Mortati!
El hombre kirchnerista está ahí como un tigre,
dispuesto a dar el gran salto en cualquier momento,
sueña y se alimenta el espíritu
vende golosinas en un kiosco,
sólo milita contra el goliardo de la vida diaria.
Más de una vez por día piensa en Néstor,
sueña con una Mili Bermúdez y es capaz de leer a Quique Fogwill.
Sabe, y yo también lo sé,
que no irá en coche al muere,
cuando todo acabe, plantará violetas.
Cubrirá todo con violetas.

martes, 4 de marzo de 2014

El rizoma argentino según Rubio



Fragmento del texto Autobiografía Podrida del poeta nacional Alejandro Rubio, perteneciente a su único libro escrito en prosa La Garchofa Esmeralda.

POR QUÉ SOY PERONISTA

Primero, porque el peronismo le dio dignidad a la clase trabajadora (después se la quitó, con la anuencia de la misma clase, pero ése es un tema que el pensamiento político aún no ha resuelto). Segundo, porque mi abuelo fue dirigente sindical durante la gran década y mi viejo fue militante durante toda la proscripción, arriesgando su vida y su libertad. Tercero, porque conozco bien a los antiperonistas, conozco su clasismo y su racismo, sé cómo el peronismo desbarató sus mediocres sueños y no quiero formar parte de esa carpa ni ahí. Es conocida la pequeña pieza de Borges sobre un hombre que, meses después de la muerte de Evita, montaba en el Chaco o en Corrientes el velorio de una muñeca rubia cobrándoles una módica entrada a los lugareños, que así presentaban sus respetos a la señora. La conjetura de Borges: Perón y Eva, héroes de una crasa mitología. Eso es lo máximo que alcanzan los antiperonistas en su comprensión del fenómeno: la gente buena ignorante, en busca de trascendencia semirreligiosa, engañada por un siniestro demagogo. Olvidan que el pueblo peronista no es ingenuo ni crédulo, al contrario, es taimado y pícaro, y se identificó con Perón porque vio en él la versión superior de esas cualidades. Menem tenía las mismas virtudes y por eso cimentó la popularidad que le permitió convertir el PJ en el ariete de una política históricamente antiperonista, ya que todos los peronistas saben que no existe, no existió nunca, la ideología. El peronismo es el rizoma argentino y por eso los binarios, biunívocos, cuadrados cuadros de la izquierda y la derecha lo denostan por informe y poco riguroso, "populista", dicen, pronunciando con la boquita fruncida esa palabra de puto. Están condenados a una perpetua frustración: sea cual sea el curso que tome el país, el peronismo, en alguno de sus sentidos y en todos a la vez, estará al timón.